Solo a partir del triunfo de enero, Cuba pudo iniciar una política exterior independiente y ampliar y diversificar sus relaciones internacionales sobre la base de principios muy definidos de apego al derecho internacional; no injerencia en los asuntos internos de los Estados; respeto irrestricto a su soberanía y a la igualdad soberana de estos; apoyo a la lucha de los pueblos por su liberación nacional, solidaridad y cooperación; fomento de la paz, y en resumen un antiimperialismo consecuente.
En la segunda mitad del primer decenio del siglo XXI celebraremos el cincuenta aniversario del triunfo. Continuaremos, entonces, garantizando la aplicación de nuestro máximo interés nacional: la salvaguarda de la Revolución; y enfrentaremos las consecuencias de una crisis económica internacional: precios nunca antes imaginables de los hidrocarburos; un planeta amenazado por el cambio climático, pandemias; desigualdades crecientes en medio de un agotado neoliberalismo que pugna por recomponerse; con la esperanza de que en nuestro continente predomine la razón y, por ende, la oposición al dominio hegemónico de los Estados, que el latinoamericanismo se imponga al panamericanismo.