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Revolución cultural es lucidez y es socialismo (A propósito del reciente debate cubano)


Revolución socialista, la cubana, que durante décadas ha sido y seguirá siendo la única vacuna y el único antídoto para garantizar la autodeterminación nacional y popular de Cuba frente a las pretensiones anexionistas de Estados Unidos, sea en su versión neofascista, sea en su presentación light y «soft», igualmente imperialista.
Revolución cultural es lucidez y es socialismo (A propósito del reciente debate cubano)

Tomado del libro «Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia «soft» de Néstor Kohan


Con dolor y no poca angustia publico estas líneas. No dejo de pensar en la amistad. Valor ético supremo para un vecino de mi barrio llamado Epicuro.

Escribí este texto en una noche de insomnio hace exactamente una semana. Lo reelaboré muchas veces. Dudé mucho en publicarlo. Lo compartí en privado con compañeros y compañeras de México, Chile, Estado español, El Salvador y Argen-tina. También, con tres o cuatro amigas y amigos de Cuba. Les pedí opinión. Escuché y leí observaciones diversas, incluso encontradas entre sí. Decidí entonces no publicarlo, sobre todo privilegiando la amistad. Los lectores y lectoras iniciales me insistieron en que debía publicarlo. Me resistí. No quiero meter la pata afirmando algo desatinado.

Sin embargo, al leer el excelente artículo de Llanisca Lugo: «No sintamos vergüenza de querer la revolución»14 cambié de opinión. Aquí está finalmente.

Vivimos la crisis capitalista más profunda de la historia mundial. Más aguda incluso que las de 1929, 1973/1974 y 2007/2008. Una crisis multidimensional, estructural, sistémica (distinta de las crisis cíclicas de sobreproducción de capitales y mercancías así como de las de subconsumo, inflación y estancamiento). Esta crisis no es solo financiera, también es productiva, ecológica, demográfica y sanitaria. La especie humana está en peligro, como alertara Fidel en 1992. El planeta cruje. El capitalismo nos lleva de forma acelerada al abismo, si no lo frenamos a tiempo.

En medio de esta crisis de alcance mundial, la pandemia de la COVID-19 ha hecho temblar las economías más poderosas del planeta.

Mientras Estados Unidos ha superado, hasta el momento de escribir estas líneas, los 300 000 muertos en menos de un año (número equivalente al de sus fallecidos en cinco guerras de Vietnam), la administración neofascista del magnate Donald
Trump llega a su fin. Todo en medio de un circo electoral —con acusaciones de fraude y resistencia a dejar el cargo— típico de una potencia… bananera. En escasos días, el gran admirador de la supremacía blanca, heredero del Ku Klux Klan, misógino y
atropellador, deberá dejar la famosa casa de paredes blancas.

Por contraposición con esa tragedia humanitaria que desangra a Estados Unidos, ocurrida inmediatamente después de que estallara la rebelión afrodescendiente más importante de los últimos 50 años, por todo el mundo circula el pedido de Premio Nobel para la brigada médica internacionalista «Henry Reeve» de la Revolución Cubana. Cuando las grandes potencias se disputan el negocio ultramillonario de la vacuna de la COVID-19, Cuba trabaja a todo vapor en sus propias vacunas Soberana 01 y 02.15

En ese singular contexto geopolítico global, que excede de lejos el microclima de La Habana… había que correr el eje de atención. ¡Con urgencia! ¿Cómo permitir que Cuba, un pequeño país que perdió por segunda vez el petróleo (pri-mero el soviético, luego el venezolano), siga en el centro de atención de la opinión pública mundial por su política sani-taria y su solidaridad internacionalista inquebrantable? Era necesario que se desplazara la agenda de debate internacional sobre la Mayor de las Antillas. ¡Qué ocurra algo ya! ¡Se necesi-taba un «escandalete» en forma perentoria! Y no en el 2021, sino ANTES que «el energúmeno de la Casa Blanca» (como lo denominaba Walter Martínez en TELESUR) entregue el cetro imperial y se reemplacen todos los equipos y estaciones de la
contrainsurgencia global.

Sí. Tenía que pasar «algo»… y, enorme casualidad, al fin sucedió. Todo de manera «espontánea», porque así debe ser.

Entonces nos enteramos del «Movimiento» San Isidro y el affaire que lo rodeó.

La cobertura mediática internacional fue automática, como no podía ocurrir de otro modo. Incluso el diario  El País de España, baluarte del «periodismo independiente» que durante años hizo silencio frente a la tortura de jóvenes vascos y vascas, participó activamente de la movida con uno de sus colabora-dores.16 En la Florida (Estados Unidos) había clima de fiesta. Hasta un hombre tan sutil y refinado como Mike Pompeo, reconoci-dísimo y prestigioso experto en cuestiones estéticas (se comenta que se sabe de memoria la Crítica del juicio de Kant, en idioma original, y La distinción de Pierre Bourdieu y suele dictar confe-rencias en El Pentágono sobre la herencia de André Breton) descorchó una botella carísima de champán. Estaba eufórico. Y lo hizo saber en público, desfilando por varios medios de Miami.17 Atención. Estamos hablando de prensa seria, democrática y equidistante. De esa que promueve reemplazar el 10 de diciem-bre como «Día Mundial de los Derechos Humanos» por «Día Mundial del Anticomunismo».18

Entonces un hermano chileno, de esos imprescindibles, com-batiente internacionalista de la revolución latinoamericana, me envía preocupado un «Manifiesto» o carta o llamamiento19 firmado, para mi sorpresa y desconcierto, por varios amigos y amigas, compañeros y compañeras y también por algún que otro tránsfuga que conozco. Con dolor veo que mis amigos y los sinvergüenzas, aparecen allí… ¡todos mezclados!, como en el tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo.

Cuba, perdón, la Revolución Cubana, es parte de mi historia, mi identidad, mis alegrías y tristezas. ¿Puedo callarme? Sería lo más saludable. Pero no me sale. Nunca me salió.

Confieso que desprecio y he despreciado toda mi vida a los obsecuentes, los chupamedias sumisos y obedientes, los que siempre asienten y aplauden, sea lo que sea. No lo inventé yo. Lo aprendí de mi padre. También de mi maestro Ernesto Giudici. Y de tantos maestros y maestras de vida que me enseñaron a mantener los principios, contra viento y marea. Fernando Martínez Heredia incluido, por supuesto.

No fui obsecuente con quienes más amé, las queridas Madres de Plaza de Mayo, a las que dediqué los mejores años de mi vida juvenil. Por no compartir algunas de sus posturas y giros políticos, no me quedó más remedio que alejarme de ese movimiento, al que sigo queriendo y respetando. Como las que-ría mucho, quizás fui debilucho a la hora de alertarlas sobre la operación de inteligencia que, a través de un personaje sombrío se intentó implementar contra ellas para tratar de ensuciarlas con dinero, desprestigiarlas, quitándoles ese oleo sagrado de dignidad y resistencia reconocido en todo el mundo. Fui débil por privilegiar afectos.

Y lo mismo me pasó con John Holloway y su teoría dis-paratada de «cambiar el mundo sin tomar el poder» (simplificación esquemática y poco representativa del zapatismo rebelde). Como John era un amigo, una buena persona, sencillo y modesto, y yo lo sentía querible, no me animé a darle duro por un libro que hizo estragos en el movimiento popular durante muchos años. Hasta que finalmente comprendí que a veces hay que hacer un momentáneo paréntesis en los afectos personales y criticar lo que hará mucho daño si no se detiene a tiempo.

No, nunca fui obsecuente ni «oficialista». Quise mucho y admiré a Hugo Chávez, a quien tuve el honor de conocer per-sonalmente. Siempre lo defendí. Pero cuando cometió el gra-vísimo error de entregar a un revolucionario colombiano al narco-Estado vecino, lo critiqué públicamente, sin perderle el cariño. Tampoco fui obsecuente con Evo Morales, ya que des-pués de más de una década en el gobierno no logró construir una defensa propia, independiente de la Policía y el Ejército convencionales. No obstante, denuncié desde el minuto uno el golpe de Estado que cierto posmodernismo «progre» (finan-ciado por…) apoyó de forma cómplice.

¿Y frente a Cuba y Fidel? También tuve el honor de cono-cer al comandante y conversar largamente con él. Una de las grandes alegrías de mi vida. Escribí sobre él un libro biográfico, acerca de su trayectoria político-intelectual.

El libro lleva por título  Fidel. Se publicó en varios países, incluido Estados Unidos (donde me insultaron a gusto y piacere). Hasta donde tengo noticias, no se publicó en Cuba. Jamás me quejé. El mundo es más ancho que el ombliguito propio, incluso para un argentino (no, por favor no hagan más chistes sobre argentinos, suspéndanlos durante media hora aunque sea).

De modo que, frente a la asfixiante, ininterrumpida y cre-ciente agresividad del imperialismo (el «duro» y el «sonriente», la contrainsurgencia de los halcones y la más «suave», de las falsas palomas), así como frente a la socialdemocracia neo-colonial, la poblada galaxia oenegera (ONGs) y esa inmensa orquesta que aparenta interpretar múltiples partituras pero en realidad repite un mismo estribillo con entonaciones apenas distinguibles, siempre defendí a las madres de plaza de mayo (en sus varias líneas internas), al proceso indígena y popular del Estado plurinacional de Bolivia, a la Revolución Bolivariana de Venezuela y, por supuesto, a la Revolución Cubana. Sin desco-nocer en ninguno de estos casos falencias, limitaciones ni defec-tos, tomé posición tratando, siempre, de no perder la brújula, el
eje de la lucha de clases y las relaciones de fuerza, como sugería otro vecino de mi barrio (que sabía un poquito de estrategia) llamado Gramsci.

Saturnino Longoria, personaje de la conocida novela Cuatro manos de Paco Ignacio Taibo II, había perdido la memoria por anciano. Y no le preocupaba en lo más mínimo. Solo le importaba algo muy simple: saber de qué lado de la barricada están
los compañeros del propio campo y de cual otro está el ene-migo. Esa distinción es la clave del asunto (¡«simplismo bina-rio»! gritaría despotricando Jacques Derrida y sus franquicias criollas). Quien no lo tenga en claro se resbalará, lenta o rápidamente, por la pendiente de barro que en su declive solo con-duce a una deshonrosa capitulación política, intelectual y, en última instancia, moral.

¿Pero acaso no existen matices ni colores intermedios? Por supuesto que sí. Ahora bien, la paleta multicolor, a la larga o a
la corta, se enfrenta al dilema de caminos que se bifurcan. O termina enriqueciendo el arcoíris que envuelve y abraza las tonali-dades del rojo o culmina siendo cubierta por el polvo gris, triste
y opaco, del dólar y el euro.

Ante el promocionado affaire del «Movimiento» San Isidro y la polémica cubana que lo sucedió al terminar este 2020, vuelvo sobre aquel llamamiento de algunos intelectuales y artistas de Cuba (porque hablan en nombre de las mayorías pero, se lo admita o no, son apenas algunos y algunas). Me refiero, reitero, al mencionado «Articulación plebeya».20

Aunque breve, encuentro en él señales parpadeantes que me dañan la vista y, por momentos, me hacen salir agua de los ojos. Destaco algunos pocos núcleos problemáticos. Poquitos, para no saturar el espíritu.

—«Reconciliación». Ay, ay, ay… ¿Reconciliación? ¿Con la gusanera extremista y revanchista de la Florida, bastión de la extrema derecha de Estados Unidos?

Me viene inmediatamente a la memoria la consigna de mis hermanos y hermanas de HIJOS (de desaparecidos y de-saparecidas): «Ni olvido ni perdón. No nos reconciliamos. No perdonamos». Años después, muchos, me enteré que esa con-signa de HIJOS, propia de Argentina, venía de muy lejos, de las guerrillas del gueto de Varsovia que combatían a los nazis. Yo no lo sabía. Quizás la militancia de HIJOS tampoco. Pero no creo en la «reconciliación» con la extrema derecha, con el supremacismo racista y misógino, con el neofascismo y los nos-tálgicos de Monroe, Ford y Hitler, cada día más envalentona-dos a escala mundial. Se presentan reivindicando la memoria de Félix Rodríguez, el verdugo cubano-americano de la Flo-rida que asesinó al Che Guevara a sangre fría en Bolivia o con
sonrisas amables, propias de la contrainsurgencia «soft» y las «revoluciones de colores» que intentan reinstalar la economía capitalista en sus antiguas posesiones perdidas en 1959.

—«Superar el lenguaje político polarizante». Uy, uy, uy… ¿Se agotó la política, como predicaba Daniel Bell, el exizquier-dista, más tarde converso, devenido gurú de las altas finanzas y la revista Fortune? ¿Adiós al proletariado?, como solía despe-dirse, con el reloj fuera de hora, André Gorz. ¿Fin de las grandes narrativas?, según decretaba Jean-François Lyotard, exacta-mente el mismo año en que subía al poder Margaret Thatcher.

—«Articulación de todas las ideologías». ¡Recórcholis, Bat-man!… ¿O sea que se han evaporado la lucha de clases, las luchas nacionales y anticoloniales, la resistencia de dos siglos frente al soberbio anexionismo de Monroe y Adams? ¿Todo se ha vuelto equivalente, intercambiable y homologable? ¿Da lo mismo simpatizar con el Ku Klux Klan, la doctrina social de la Iglesia sacerdotal, la teología de la liberación y su mensaje profético, la socialdemocracia liberal o el marxismo revolucionario? ¿Estas ideologías se han convertido en simples recursos retóricos y comodines intercambiables?

—«Realización plena de la república democrática y el Estado de derecho»? Hmmm… O sea que ¿hasta luego, queridos V.I. Lenin, Pietr Stucka y Eugeni B. Paschukanis; bienvenido Hans Kelsen? ¿Hasta siempre Karl Marx? ¿Welcome Isaiah Berlin, Karl Popper y Norberto Bobbio? ¡Ahora sí que retornarían a La Habana, como en aquellos viejos buenos tiempos de la Cons-titución de 1940, la «libertad negativa» de Berlin, la «sociedad abierta» de Popper y la «democracia procedimental» de Bobbio! Houston… ¿Me copian? Estamos en problemas.

En tan cortas líneas del «Manifiesto», la lista de guiños inconfundibles continúa, en una dirección unívoca. Y cansa. Agota. Principalmente el espíritu fetichista que se arrodilla —¿ingenuamente?— ante la letra jurídica impresa creyendo que la ley no es expresión histórica de una correlación de fuer-zas y de poder entre las clases sociales sino el demiurgo auto-suficiente que, por sí mismo, generaría realidad a partir de la simple deducción lógica de su norma fundamental. Fetichismo jurídico que corre parejo con la idealización política y cultural, pretendidamente inocente, de la REPÚBLICA NEOCOLONIAL PREVIA a 1959.

Seamos transparentes. Abandonemos los eufemismos y dialoguemos con la mano en el corazón. Esa insistencia obsesiva por cantar loas a la imaginaria panacea «REPUBLICANA» está inspirada, palmo a palmo, paso a paso, milímetro a milímetro, por intelectuales eurocomunistas, exmiembros de los stalinis-mos  aggiornados  del Occidente europeo que en los setenta se jubilaron, abandonando la lucha, y se convirtieron en apologis-tas acríticos de una «REPÚBLICA» que en la práctica terrenal y mundana dejó intacto el régimen de la transición española posfranquista, con su bandera de solo dos colores y sus institucio-nes represivas. ¿O no?

Digamos la verdad, sin miedo. Solo la verdad es revolucionaria. Idealizar hasta el paroxismo la vida cultural de la Cuba  PREVIA a Fidel y al Che, puede sonar muy refinado, exótico y hasta original frente a la vulgata de los antiguos manuales y una cristalización pedagógica que termina despolitizando a la juventud, aburrida de rituales vacíos de contenido. Pero en la lucha política de Nuestra América, en pleno siglo xxi, ese andar trillado camina a paso de tortuga y marcha varios kilómetros atrás del reformismo sincero y con aspiraciones radicales de un Salvador Allende, por no mencionar otros reformismos muchos menos genuinos y dignos de respeto que el del noble líder chi-leno sacrificado en septiembre de 1973.

No vamos a analizar una por una las firmas del llamado al «diálogo» cubano que circula por las redes. No somos detecti-ves ni nos interesa esa profesión, salvo que se trate de novelas. Pero tampoco somos ingenuos. Allí aparecen algunos amigos y amigas que mucho queremos y respetamos pero también otros personajes, más bien detestables, que he tenido la opor-tunidad de conocer personalmente… como un curioso exso-plón que tuvo el atrevimiento en sus épocas de OFICIALISMO EXTREMO Y SECTARIO de acusar a Fernando Martínez Here-dia de «trotskista» (¡como si fuera el pecado más horrendo!) para luego desertar de la Revolución Cubana, mientras hoy, desde el exterior, posa de «experto en procesos democráticos», siempre con el correspondiente financiamiento a la mano, por supuesto. Una simple ladilla para hacer rima con su apellido. Punto y aparte.

Y sí, también amigos —algunos de ellos entrañables, por eso el dolor que siento— con los que he compartido 20 años de luchas, risas y fraternidad por los mismos ideales. Pero con quienes, debo reconocerlo, sin perder la amistad y el compañe-rismo fraternal, he discutido no pocas veces, para ser sincero.

En una de esas discusiones, escuché que me decían «Aquí, Néstor, [se trata de Cuba. N.K.], hay una DICTADURA» [sic]. Luego de refrenar mi tentación de carcajada, les pregunté: «¿Ustedes alguna vez han estado presos? Yo sí. ¿Ustedes alguna vez han enfrentado a la infantería de la policía con sus bastones, sus escopetas y fusiles recortados? Obviamente la respuesta fue negativa. Y continué: ¿Ustedes han participado en manifestacio-nes donde las fuerzas de represión y sus carros de asalto dispa-ran los proyectiles de gases lacrimógenos directamente a la cara de la gente que se manifiesta? (en el año 2001 a una exnovia del pasado le partieron la frente, casi le sacan el ojo derecho y a mí me provocaron una herida en el cuero cabelludo). Por supuesto que tuvieron que reconocer que no. Aunque, insistentes, me alzaron la voz indignados diciendo: «¡Pero aquí nos escuchan los teléfonos, Néstor!». Y ahí sí pegué una carcajada. Y les res-pondí: «¿Y ustedes creen que en Argentina no nos escuchan el teléfono, no nos leen los correos electrónicos, no nos vigilan ni nos fotografían en cada actividad política?». Cualquier mili-tante de Argentina lo sabe de memoria. El intercambio siguió…, siempre en un tono amigable y camaraderil, pero en aquella noche habanera, al dormirme, me tuve que tomar una pastilla de buscapina por el dolor de estómago que tenía. Esa discusión, casi surrealista, me generaba ácido estomacal. ¡Cómo se notaba que no habían conocido una dictadura de verdad!

En otra de las discusiones, algunos años después, me tomé el atrevimiento de dar un consejo. Como si fuera un viejo sabiondo y no un don nadie, simple militante de base. «No aceptes dinero de la gente que te ofrece un blog de internet para que escribas lo que tú quieras». (En realidad la frase exacta que pronuncié, en buen tono porteño de Argentina, fue: «para que escribas lo que vos querés»). «NADA ES GRATIS, hermano. Si te ofrecen eso, siempre hay un peaje que pagar. Y nunca confundas al Vaticano con Camilo Torres… porque no son y nunca fueron lo mismo». Evidentemente no he sido un buen consejero. No me han hecho caso. Pero bueno, yo se los dije, como diría un tío de la familia.

Por eso me duele muy adentro ver gente valiosa, lúcida, inteligente, erudita y comprometida, de extensa y sincera tra-yectoria revolucionaria, enredada y mezclada con desertores confesos, integrando una misma lista tan heterogénea donde los admiradores de Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras terminan ensuciados figurando junto a personajes desprecia-bles que hace largos años ya no tienen nada que ver no solo con la Revolución Cubana en ninguna de sus muchas vertientes y diferentes corrientes político-culturales, sino tampoco con las otras luchas emancipatorias de Nuestra América. Y hablo de las diferentes corrientes político-culturales, porque la Revolu-ción Cubana, desde su gestación, siempre ha sido plural ¿o no? Un pluralismo que no estuvo exento de conflictos, agudas polé-micas, tiras y aflojes (Remito a la entrevista que le hice en La Habana, en enero de 1993 —en medio de un apagón del período especial— a Fernando Martínez Heredia: «Cuba y el pensa-miento crítico», recopilada en varias antologías, de CLACSO y de otras instituciones y ediciones).

Quizás en el pasado, cuando se formó tremendo lío aquella vez en que unos burócratas de la televisión cubana pretendie-ron rendirle tributo a un antiguo censor del mal llamado «quin-quenio gris», hubo muchos errores de las autoridades cubanas. No lo sé. Es para pensarlo. Creo que algunos manejos no del todo inteligentes empujaron a muchos jóvenes inquietos, sana-mente rebeldes, iconoclastas y heterodoxos (¡como debe ser toda revolución!) a romper amarras o terminar descreyendo de la mera posibilidad de dar batallas al interior de la revolu-ción. Me acuerdo que mi fallecida amiga Celia Hart me envío al correo electrónico la inmensa madeja de estocadas que se tiraban en uno y otro sentido. Creo que aquella ocasión fue un punto de inflexión. ¿Será irreversible? No tenemos la bola de
cristal y lamentablemente no creemos en el tarot.

Humildemente creemos que este nuevo conflicto podrá desenredarse en un sentido positivo y revolucionario, en una dirección opuesta a la contrainsurgencia «soft» promocionada desde gringolandia, si prima la lucidez. Sí, es verdad. Como solía decir el viejo Alfredo Guevara. Con lucidez. Y privile-giando la cultura como tanto insistían Armando Hart Dávalos y Roberto Fernández Retamar. Pero eso sí. En el difícil y ten-sionado juego entre el proyecto y el poder, entre la utopía y el realismo, quienes de verdad quieran dialogar deberían hacerlo —como me imagino que recomendaría Fernando Martínez Heredia, si no me equivoco… pues tampoco creo en los orácu-los— sin perder por un segundo de vista el horizonte innego-ciable de la revolución socialista [donde dice «socialista» debe
leerse: SOCIALISTA].

No el «socialismo democrático» neocolonial de Felipe Gon-zález que introdujo, sin vergüenza alguna, a España en la OTAN ni el «socialismo democrático» de Mário Soares en Por-tugal (condecorado por Frank Carlucci, jerarca de la CIA, por haber desmantelado en 1975 la revolución de los claveles enca-bezada por el general marxista Vasco Gonçalvez). Tampoco el «socialismo democrático» de Carlos Andrés Pérez en Venezuela que reprimió salvajemente a su pueblo en 1989 (dejando como secuela más de 3 000 muertos y desaparecidos) contra el cual se insurreccionó Hugo Chávez con su propuesta de socia-lismo bolivariano del siglo xxi. Sino el socialismo «a la cubana» que no es otro que el socialismo martiano de Fidel y el Che.

Revolución socialista, la cubana, que durante décadas ha sido y seguirá siendo la única vacuna y el único antídoto para garantizar la autodeterminación nacional y popular de Cuba frente a las pretensiones anexionistas de Estados Unidos, sea en su versión neofascista, sea en su presentación  light  y «soft», igualmente imperialista. Porque nadar alegremente en las ensoñaciones imaginarias de una eventual socialdemocracia cubana (lo mismo que un socialcristianismo) no llevará a la Isla hacia las costas y acantilados de Suecia o Noruega sino hacia el triste vasallaje de Puerto Rico. Antipático, pero hay que decirlo claramente. Nobleza obliga.

En ningún lugar del mundo existen democracias sin apellido, sin determinaciones específicas, desnudas, puras y vír-genes, sin ropaje alguno. Puramente «procedimentales». Toda profundización democrática y participativa, sustentada en el poder popular y comunal a escala nacional, regional e incluso barrial, es deseable, imprescindible e impostergable. Siempre y cuando se haga apuntando hacia el socialismo y rechazando las manzanas envenenadas de la contrainsurgencia «amable» que apuesta a cooptar, con elegancia y estilo, a algunos segmentos de la sociedad civil cubana, especialmente en el campo de la cultura, las ciencias sociales y el arte (quien no nos crea está en todo su derecho, pero le recordamos y sugerimos el maravilloso libro de Frances Stonor Sounders: La CIA y la guerra fría cultural, editado en Cuba.21 Quien convoque a «LA DEMOCRACIA EN GENERAL» (en abstracto), lo quiera o no, sea consciente o no, nos invita a cruzar el charco y ya sabemos cómo terminó Jesús Díaz, uno de los más brillantes intelectuales cubanos del proceso que se inició con el Moncada o, si ustedes prefieren, en 1959 [Jesús Díaz (1941-2002), junto con Fernando Martínez Heredia y Aurelio Alonso Tejada, entre otros y otras, también formó parte de Pensamiento Crítico. Transitaba con luz propia la esfera artística (era guionista de cine) y las ciencias sociales (un gran conocedor, en detalle, de la obra de Lenin). Pero a diferencia de Martínez Heredia y Alonso Tejada, no tuvo la perseverancia suficiente que caracteriza tanto a los corredores de maratón como a la militancia revolucionaria de por vida. Corrió rápido y se cansó pronto. Por eso terminó perdiendo sus mejores batallas y mor-dió el anzuelo, dilapidando sus saberes, su prestigio y su rebel-día, aceptando la invitación turbia y tentadora que siempre estará ahí, a la mano, para el campo artístico y el intelectual, mientras exista el imperialismo. Un final triste y solitario, aun-que previsible para quien no tenga constancia en la larga mara-tón de la lucha popular].

Ese camino, regado de sonrisas y caricias de los poderosos,«apoyos altruistas», palmaditas en la espalda y financiamien-tos «desinteresados», repleto de alabanzas envenenadas… es un callejón sin salida. Jesús Díaz terminó negándose a sí mismo, enterrando casi de manera masoquista su propia historia y su propia obra.

Dice el refrán popular: Roma no paga traidores. Tampoco lo han hecho nunca ni la Ford, la NED o la USAID, ni el Bundesbank o la Fundación Ebert (que lleva el nombre, dicho sea de paso, de uno de los responsables del asesinato de Rosa Luxemburgo), ni el Banco Ambrosiano o la Fundación Vaticana.

¡Lucidez, lucidez, lucidez! Es decir: más y mejor socialismo. Esto vale —humildemente así pensamos, como internacionalis-tas solidarios con la Revolución Cubana— para todo el mundo involucrado en el debate.

En cuanto a las instituciones cubanas: lo más sabio e inteligente sería evitar cualquier tentación dogmática de caza de brujas, demonizaciones arbitrarias o sectarismos estrechos. Ten-sar artificialmente la cuerda y provocar rupturas, sin distinguir entre (a) reclamos justos y legítimos, y (b) provocaciones merce-narias; constituiría hoy una gran torpeza a la hora de defender la Revolución Cubana frente al imperialismo crepuscular.

En cuanto a quienes redactaron y acompañaron el «Manifiesto»: si se ha ganado un prestigio personal merecido, un reconocimiento popular y un afecto juvenil por haber trabajado pacientemente durante décadas en la línea antim-perialista de Mella y Guiteras, y en el horizonte cultural revolucionario de Alejo Carpentier y Tomás Gutiérrez Alea, ¿vale la pena rifarlo y despilfarrarlo todo aceptando caricias envenenadas del enemigo? Modestamente, y siempre con la mano fraternal en el corazón, pensando en Martí y en Epicuro,
sospechamos que no. Con afecto y con dolor, pero con esperanza.

Buenos Aires, 18 de diciembre de 2020


16  En: https://elpais.com/internacional/2020-11-27/la-policia-cubana-desaloja-la-sede-del-movimiento-san-isidro-y-detiene-a-varios-inte-grantes.html [consultado el 18 de diciembre de 2020]

17  En: https://adncuba.com/tags/mike-pompeo [consultado el 18 de diciembre de 2020].

18  En: https://adncuba.com/noticias-de-cuba/migracion/miami-declara-el-10-de-diciembre-dia-del-anticomunismo [consultado el 18 de di-ciembre de 2020].

19  «Articulación  plebeya».  En:  https://eltoque.com/articulacion-ple-beya-a-proposito-de-los-sucesos-en-el-ministerio-de-cultura/[consul-tado el 18 de diciembre de 2020]

20  En: https://eltoque.com/articulacion-plebeya-a-proposito-de-los-sucesos-en-el-ministerio-de-cultura/ [consultado el 18 de diciembre de 2020].

21  Se puede descargar gratis en el siguiente link: https://www.lahaine.org/mundo.php/libro-la-cia-y-la