Las expectativas que generó el sugerente título «La dictadura del algoritmo» se han visto justificadas no sólo por el valioso contenido y la creativa forma que caracterizan al reciente documental del joven intelectual cubano Javier Gómez Sánchez, sino también por la profunda significación socio-cultural que logró transmitir al estrenarse en la televisión nacional a mediados de 2021. Ahora, la editorial latinoamericana Ocean Sur publica el libro con la transcripción de las entrevistas que dan vida a dicho audiovisual...
Cuando terminó de grabarse el documental La dictadura del algoritmo, su realizador, Javier Gómez Sánchez, decano de la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA), todavía no tenía decidido cómo nombrarlo. Fue escuchando a la doctora Rosa Miriam Elizalde citar las palabras del canciller Bruno Rodríguez Parrilla —quien en un evento internacional había dicho que el mundo está viviendo bajo una especie de dictadura del algoritmo—, que pensó en ello. Buscó el video en YouTube y se dijo: «Ese es el título».
A propósito del audiovisual, exhibido hace unos días en el programa Mesa Redonda, Javier Gómez Sánchez conversó con Granma.
¿Cómo nació la idea de hacer «La dictadura del algoritmo»?
La idea de hacer un documental sobre las redes sociales, y su funcionamiento psicológico y político en la sociedad cubana, viene luego de escribir artículos sobre este tema durante varios años, tanto en blogs como en diversos medios de comunicación. Varios amigos y colegas con los que trabajaba en el cine y la televisión, los leían, me daban sus opiniones y debatíamos.
En aquel momento el tema de las redes sociales, desde un punto de vista social y político, no se trataba en los medios de comunicación cubanos, menos aún desde lo ideológico. Solo se hacía desde lo meramente tecnológico. Persistían prejuicios que mantenían la idea de que las redes sociales digitales eran algo que «no llegaba al pueblo», de lo que era mejor no hablar, o que, si se hablaba de ellas, políticamente lo que se le estaba era dando importancia a algo a lo que no se debía dar relevancia. Faltó una alfabetización digital y política sobre las redes, en un país que entró a ellas de golpe. Para entonces, las redes se habían convertido en el escenario y la herramienta principal de la guerra mediática con financiamiento de Estados Unidos que dejaba de priorizar medios tradicionales como fueron Radio y TV Martí.
Igualmente, venía investigando desde 2016 la construcción de un nuevo tipo de contrarrevolución en Cuba, precisamente asentada en el espacio digital y que utilizaba las redes sociales para posicionar una sociedad civil fabricada con premios, publicaciones y sostenida con medios de prensa «independientes», con fachadas de financiamiento internacional, becas y crowdfunding.
Todo esto lo debatíamos entre realizadores audiovisuales, y Sebastián Miló, quien fuera compañero de estudios en la FAMCA, y que luego fue un gran apoyo en el trabajo de posproducción del documental, me hizo ver la necesidad de exponer todo esto en una obra audiovisual.
Para ese entonces, habían sido estrenados documentales extranjeros como The Social Dilemma y The Great Hack, y sentíamos que era necesario hacer un análisis propio, desde Cuba, sobre el tema de las redes. Con esa idea surge La dictadura del algoritmo, realizado principalmente por jóvenes egresados de la FAMCA, del Instituto Superior de Diseño (ISDI) y la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (FCOM). Se armó una producción independiente, que logró encontrar apoyo institucional.
¿Qué tiempo llevó su realización?
La preparación inicia desde mediados de 2020. Las primeras entrevistas las grabamos el 26 de noviembre. Casualmente en los días siguientes la maquinaria política proestadounidense que opera en las redes movilizó un intento de golpe blando, que llegó incluso a confundir a personas bien intencionadas.
Eso generó La Tángana del parque Trillo, movilizada por jóvenes revolucionarios, quienes, en respuesta a lo ocurrido, espontáneamente circularon la convocatoria en grupos de Telegram, WhatsApp y en Facebook.
Estos hechos obligaron a un cambio y a prestar atención a la guerra mediática en las redes sociales.
¿Con qué criterio fueron elegidos los participantes?
Los entrevistados fueron seleccionados a partir del conocimiento que tienen del funcionamiento de las redes, de la guerra mediática y cultural, en unos casos por el estudio, en otros por la experiencia, en varios, por la combinación de ambos.
Cada entrevistado cumple una función en la profundización del documental, partiendo de roles distintos. El entonces ministro de Comunicaciones, Jorge Luis Perdomo Di-Lella, habló desde un punto de vista humano, alejado de la frialdad de los tecnicismos. Especialistas como Rosa Miriam Elizalde y Pedro García Espinosa lo hicieron desde el análisis comunicacional y demográfico. García Espinosa fue clave para abordar huellas sensibles en la población cubana, como parte del proceso dialéctico de la Revolución, que son explotadas políticamente.
Buscamos estudiantes como Arianna Álvarez y Pedro Jorge Velázquez, porque era importante tener la visión de jóvenes que han enfrentado ese miedo a ser insultados por expresarse en las redes defendiendo la ideología de la Revolución.
Esta no es una guerra gratuita, es una guerra para aterrorizar personas, sumirlas en el miedo y que no se expresen, o que digan lo que la maquinaria de las redes impone como cool o simpático, lo que va con la corriente. Precisamente hubo personas a las que traté de contactar para ser entrevistadas y cuando supieron de lo que era el documental, como se dice popularmente, «salieron huyendo». No se les debe juzgar, hay que ver cómo el terror, los insultos, los linchamientos, la fabricación de etiquetas como «oficialista», los han sumido en un silencio evasivo sobre estos temas. Esa experiencia vino a confirmar, precisamente, lo que expone el documental.
Fue muy valioso contar con testimonios de artistas que han sido linchados en las redes por su posición política, como Arnaldo Rodríguez e Israel Rojas. Recuerdo que, al terminar la entrevista de Israel, el equipo de rodaje estaba tan emocionado que aplaudió. Entrevistados como el bloguero Rodrigo Huaimachi y el exagente de la Seguridad del Estado Raúl Capote, nos hicieron ver hasta qué punto era real lo que estábamos reflejando. Cuando grabamos la entrevista de Capote, el equipo quedó impresionado con su testimonio como agente de la CIA.
A Karima Oliva, que habló del secuestro y utilización de las causas sociales, y a Ernesto Estévez Rams, que describió los mecanismos mediáticos de irritación, dos de los articulistas sobre política e ideología más lúcidos en la prensa cubana de hoy, se debe gran parte del valor principal del documental; así como al psicólogo y académico Jorge Enrique Torralbas, quien supo transmitir su conocimiento en un lenguaje claro, fácilmente entendible por el público, sobre el efecto psicológico de la manipulación de las redes.
Creo que no había una opinión más autorizada que la de Yailín Orta, directora de Granma, para hablar críticamente de los medios de comunicación, y de cómo sus brechas ante las redes sociales son aprovechadas por los medios digitales contrarrevolucionarios. Fue un privilegio tenerla, al ser una voz autocrítica no desde fuera, sino desde dentro mismo de la Revolución. Participó también Iroel Sánchez, quien es posiblemente la persona en Cuba que más conoce sobre guerra cultural.
Se han podido leer valoraciones hechas por varios intelectuales...
Cuando lo terminamos, lo enviamos a diversas personas para conocer su criterio, algunos de ellos intelectuales muy respetados, y nos sorprendió que no solo se tomaran el tiempo para verlo, sino que lo recomendaran o escribieran sobre este. Ha sido un honor que figuras tan exigentes como pueden ser Ignacio Ramonet, Atilio Borón, Jon Illescas, Fernando Buen Abad o Rolando Pérez Betancourt recomendaran verlo.
¿A qué aspira un trabajo como La dictadura del algoritmo?
El documental aspira a la utilidad social, muchísimo más que a la perfección técnica, que además es siempre inalcanzable. No se hizo para ser un documental cómodo para la burocracia, y mucho menos para un pensamiento ideológicamente burocratizado. Es un documental político, militante, que busca la movilización del pensamiento, que no huye de lo ideológico, sino que lo busca.
Lo importante es que esta obra sea útil, que las personas la vean con sus amigos, su familia, y reflexionen juntos. No solo es un documental para defender las ideas en las que creemos, sino para entender mejor el momento histórico en que vivimos.