Viene del sol y al sol va, es el amor y es el verso; un hombre sincero de donde crece la palma, una imagen auténtica de quien vive para servir a los demás, de quien aprendió a morir en la cruz todos los días, de quien es en sí mismo la idea del bien.1 Un hombre contemporáneo, porque su ac-tualidad cada día es más notoria; su pensamiento no admite barreras para descubrirlo, acercarnos a él, a su vida llena de sacrificios, de dolor por su patria, de consagración a un ideal justo y quijotesco. ¿Cuánto lo conocemos?, ¿cómo presentarlo ante las más nuevas generaciones en una hora de vida tan alarmante y cruel? Para tal empresa acudimos a un martiano de raíz:
El hombre que vamos a presentar […] es de aquellos que nos obligan a poner en tensión todas nuestras fuerzas intelectuales y afectivas. Estas últimas son desde luego las primeras en acudir, porque la persona de José Martí, excepcionalmente dotada del don de conmover y mejorar, se nos entra en el alma mucho antes de que hayamos podido comprender a cabalidad la trascendencia de su obra. 2
Hay que leerlo, conocerlo en toda su cosmovisión, aplicar en la vida cotidiana lo que puede llamarse la utilidad de la martianidad. La humanidad enfrenta hoy un gran debate: el de Bebé y el señor Don Pomposo; y tiene que ver con la toma de partido
entre el capitalismo (Don Pomposo) y el socialismo (Bebé); qué cultura promover, si la del ser o la del tener; si lo que se propa-gará será, con más fuerza, un código ético cuyo epicentro sea el ser humano y no la exaltación de lo material. Hoy advertimos
una ofensiva imperialista en diversos rincones de la humanidad, que responde a mezquinos intereses de círculos de poder monopólicos y grandes trasnacionales; como siempre, se acom-paña de una feroz y criminal campaña mediática que inocula
en las mentes el peor de los venenos: el de la colonización. Hay que emprender, con las estrategias políticas correctas, la batalla cultural contra el poder hegemónico capitalista, contra el yugo colonial impuesto al mundo. La «liberación de las mentes»
deviene en cuestión medular y desafío de la humanidad en el siglo xxi.
Este es un yugo de nuevo tipo, es colonial en términos de dominación cultural; no es el brazo de hierro ensangren-tado del colonialismo del siglo xix, sino el aparato dominador del imperialismo para los pueblos pobres del mundo. El principal instrumento de dominación con que cuenta hoy el enemigo imperialista es la guerra cultural, que impone al mundo patro-nes nocivos de una cultura ajena a las raíces identitarias de los pueblos; ello, desde una maquinaria mediática y la industria del entretenimiento que solo muestran su operación, a gran escala, de colonización cultural. La lucha por la supervivencia humana encuentra un escollo muy fuerte en el capitalismo devorador de pueblos, culturas, identidades y símbolos, que, a través de la ley del más fuerte, lucha como fiera enjaulada por mantener su hegemonía.
Bajo este drama terrible hemos de asirnos a lo mejor del pensamiento emancipatorio y descolonizador; hurgar en las honduras de hombres como José Martí, Apóstol de la inde-pendencia cubana. En la hora actual de la humanidad, hablar de Martí deviene compromiso con nuestro tiempo, y asumir su fortaleza ideológica, una necesidad. Martí es el alma moral de la nación, guía espiritual de Cuba, motivación constante a militar por la justicia social. No por azar su elección fue estar al lado de los pobres, de los desposeídos. He ahí el electivis-mo martiano, su condición humana al servicio de los pobres y necesitados, elemento que no quedó solo en su pensamiento; su elección fue práctica, hija de una profunda vocación de jus-ticia y humanismo, como sol del mundo moral; que emanaba
de los horrores que vivió en presidio y de la cruel esclavitud que presenció en su niñez y juró combatir. La fuerza de las ideas martianas constituye un basamento importante para la salvaguarda de la nación; por ello precisamos que su ideario sea asumido y practicado para transformar la realidad, para continuar la búsqueda invariable de la idea del bien y la utilidad de la virtud, para la construcción del socialismo en Cuba.
¿Alguien dudaría de que su toma de partido al servicio de los pobres no fuera equiparable a la postulada por el marxismo, a las ideas del socialismo? Vamos a encontrar en José Martí un antídoto a la crisis humanística; sus postulados éticos, su vocación de justicia, su antiimperialismo sustentan la contra cul-tura socialista —o de la resistencia, en el caso nuestro—, y nos arma consecuentemente en la batalla cultural —que es ideo-lógica también—, así como en la búsqueda de un socialismo próspero y sostenible. Una empresa que no puede asumirse sin una mirada crítica a la subjetividad o espiritualidad de la nación, según las claves martianas.
Pero, ¿cómo entender el antiimperialismo de Martí? Es preciso partir de su humanismo, éticamente superior al que promueve el modelo capitalista que pospone a la utilidad el sen-timiento. Durante su primer destierro en España, a los 18 años, el Apóstol escribió:
Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad. Si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su ca-beza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su co-razón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan? 3
Se planteaba así Martí medulares diferencias entre las so-ciedades cubana y norteamericana, que van a la esencia de lo que pretendemos los cubanos y lo que significa la propuesta imperialista.
Ese rechazo lo llevó a apuntar una idea que a la luz de hoy adquiere total vigencia: «Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacer-lo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!».4 Ese es el joven Martí, quien desde entonces ya se va formando un criterio sobre la sociedad norteamericana y sus claras diferen-cias con la cubana. Criterio que deviene en un antiimperialismo fundador que tiene su más nítida expresión en las ideas que expuso a su amigo entrañable Manuel Mercado el día antes de caer en combate por la libertad de su patria:
Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por la Antillas los Estados Unidos y cai-gan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lo-grarlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin.5
La visión martiana desenmascaraba así la opción domina-dora de los Estados Unidos en su propia raíz y nos convocaba a declarar la segunda independencia.6 Y de Martí aprendimos a enarbolar la virtud y el decoro frente a la dominación:
Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dichosas: el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso: la llama del Perú se echa en la tierra y se muere, cuando el indio le habla con rudeza, o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como el elefante y la llama. En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga o morir.7
Un sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opre-sores hacía falta en América; esta se iba salvando de todos sus peligros que a lo interno la hicieron errar. Ciertamente el problema de la independencia no se hallaba en un cambio de forma: esta era clara —república versus colonia— sino en un cambio de espíritu. Porque la colonia perduraba en la intrín-gulis de la república. Nos enuncia Martí cuan necesario era la asunción de una estrategia cultural de descolonización, que rompiera las ataduras dominadoras de antaño y oxigenara la nueva política.
Había pues que contar, en los tiempos que se vivían, con el hombre real que le nacía a la América. Un mensaje directo a la juventud, al nuevo negro, indio o campesino: era imprescin-dible el pase generacional. ¡Con qué agudeza política describe el Maestro el cambio en nuestra América! Solo con la creación podía lograrse, había que crear, no quedaba otra alternativa si realmente queríamos salvar la América. Retrato hermoso de los jóvenes, que representan la más ferviente creación, el despertar de la vida, la llegada de la cálida primavera luego del frío y gris invierno:
Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento em-pieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la ca-misa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! 8
En José Martí encontramos una serie de premisas a tener en cuenta para acometer la batalla cultural por la salvación de la humanidad, por la unidad y la integración de nuestra Amé-rica: defensa de la identidad nacional de nuestros pueblos, rescate de la historia de más de 200 años de lucha por la verdadera independencia, respeto a la diversidad de las nacio-nes latinoamericanas —clave para hacer valer el presupuesto de «unir para vencer» frente al «divide y vencerás»—; el carácter antiimperialista de nuestra proyección latinoamericanista, el desarrollo económico de las naciones de nuestra América, su progreso social y prosperidad material y espiritual; la concientización de cuán importante es evitar a toda costa la dominación imperial que ataca directamente el pensamiento y tiene en el frente cultural sus principales medios de opresión y despotismo.
Es el pensamiento martiano una fortaleza emancipatoria que nos da la fórmula para vencer muchos de los males que hoy continúan atacando a las naciones de nuestra América, que nos arma en el enfrentamiento a los vicios que sobrevi-ven en los pueblos comprendidos desde el río Bravo hasta la Patagonia, que señala un camino ético a la altura de su talla moral, de su ideología liberadora y su profunda vocación de justicia. No es casual la significación que le imprime Martí a la propagación de la cultura; ella es salvadora, redentora y revo-lucionadora. He ahí la lección: «…la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos».9
Estas son breves referencias para conocer a un hombre que no temía al pensamiento, que lo hizo arma vital para aco-meter la batalla por la verdad y la justicia.
¿Quién era, en suma, este hombre al que Gabriela Mistral llamó el hombre más puro de nuestra raza, y a quien pudiéra-mos también llamar el más completo? Pasamos sin sentirlo de su prosa a su verso, de su palabra a su acción, de su vida pública a su intimidad; podemos estudiar su doctrina política, filosófica, educacional, poética, crítica y aún estilística, como un todo continuo. Cuando nos habla de la sociedad nos dice las mismas cosas que cuando nos habla del poema. No hallamos en él fisura, y no acabamos nunca de ver todos los aspectos de su rostro, que sin embargo nos mira desnuda y sencillamente a los ojos. 10
Acerquémonos a la obra de un hombre original que se apartó de caminos trillados e inseguros en la forja de la revolu-ción del decoro y pensó por sí mismo, mostró siempre su ca-rácter entero y trabajó con sus propias manos. Un ser humano consecuente con su tiempo, a «quien al cumplirse el siglo de su nacimiento, el propio Fidel Castro atribuye la paternidad de la más dramática y creadora revolución del continente ameri-cano; a quien recitan de memoria los escolares de su tierra y los escritores más exigentes; a quien reclaman para sí pensa-dores de diversas orientaciones»;11 el Martí de todos y para el bien de todos los dignos, el guía espiritual de la revolución, el hombre actual y universal defensor de la humanidad.
Seamos sus cómplices, seamos radicales y armoniosos, construyamos juntos la sociedad socialista y continuemos ha-ciendo Patria, que como nos dijera Armando Hart Dávalos:
La grandeza del Apóstol estuvo en que era un hombre radical y a la vez buscaba la armonía y el amor. Se puede ser radical —como muchos proclaman— y no buscar la armonía; se puede procurar una determinada armonía y no ser radical. Para una ac-ción política eficaz resulta imprescindible conjugar ambos aspec-tos. Martí era radical y promovía la armonía.12
NOTAS
1El Comandante en Jefe de la Revolución Cubana Fidel Castro, en la clausu-ra de la conferencia internacional Por el equilibrio del mundo, en el aniver-sario 150 del natalicio de José Martí, expresó lo que ha constituido la más exacta descripción de lo que significa el Apóstol para los cubanos: «¿Qué significa Martí para los cubanos? (…) Para nosotros los cubanos, Martí es la idea del bien que él describió. Los que reanudamos el 26 de julio de 1953 la lucha por la independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868 precisamente cuando se cumplían 100 años del nacimiento de Martí, de él habíamos recibido, por encima de todo, los principios éticos sin los cuales no puede siquiera concebirse una revolución. De él recibimos igualmente su inspirador patriotismo y un concepto tan alto del honor y de la dignidad humana como nadie en el mundo podría habernos enseñado».
2. Cintio Vitier: Vida y obra del Apóstol José Martí, Centro de Estudios Mar-tianos, La Habana, Cuba, 2010, p. 7.
3. José Martí: Cuadernos de Apuntes, no. 1, vol. 21, Obras Completas, p. 15 y 16, (edición digital).
Ibídem.
5 Carta de José Martí a Manuel Mercado, Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, en: Obras Completas, t. 4, pp. 167-168.
6 José Martí argumentó —y he aquí sus propias palabras, ante la convoca-toria a la Conferencia Internacional Americana de Washington en los años 1889 y 1890— que: «Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, des-pués de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia». Ver: Congreso Internacional de Washington, Nueva York, 2 de noviembre de 1889, en Obras Completas, t. 6, p. 46.7
7 José Martí: «Tres Héroes», La Edad de Oro, Obras Completas, vol. 18, p. 305, (edición digital).
8 «Nuestra América», El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891, en Obras Completas, t. 6.
9 «T ilden», La República, Nueva York, 12 de agosto de 1886, en Obras Completas, t. 13, p. 301.
10 Cintio Vitier: Vida y obra del Apóstol José Martí, Centro de Estudios Mar-tianos, La Habana, Cuba, 2010, p. 21.
11 Roberto Fernández Retamar: Política de Nuestra América, Fondo Cultural del ALBA, 2006, p. 7.
12 Armando Hart Dávalos: Mensaje a la juventud en el IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC)