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Antonio Gramsci


La figura y la obra de Antonio Gramsci han sido recurso y presencia conti­nuadas en el panorama político de América Latina desde hace más de cuarenta años. La nueva situación que se abrió en los años setenta con la implantación de las «dictaduras de seguridad nacional» en el Cono Sur, el despliegue del terror como política de Estado y la represión violenta de los movimientos progresistas, dirigió el interés hacia el Gramsci...
Antonio Gramsci

La figura y la obra de Antonio Gramsci han sido recurso y presencia continuadas en el panorama político de América Latina desde hace más de cuarenta años. El auge revolucionario y de los movimientos guerrilleros en nuestra región en la década del sesenta presentaron un desafío a las izquierdas tradicionales que estas no pudieron en frentar, mutiladas como estaban por un marxismo mecanicista y dogmático. La necesidad de colocar la teoría a la altura de la revolución en gestación, llamó entonces la atención hacia la propuesta gramsciana de un marxismo abierto que situaba la praxis revolucionaria en el centro de su reflexión.

La nueva situación que se abrió en los años setenta con la implantación de las «dictaduras de seguridad nacional» en el Cono Sur, el despliegue del terror como política de Estado y la represión vio lenta de los movimientos progresistas, dirigió el interés hacia el Gramsci que había destacado la importancia de la sociedad civil como espacio esencial de las luchas políticas. La desaparición de las dictaduras en la segunda mitad de la década del ochenta, el despliegue de los procesos de la así llamada «democratización» política y del proyecto económico neoliberal, con el consiguiente aumento de la pobreza, la delincuencia y la ingobernabilidad, colocó en un primer plano la actualidad del pensamiento de un autor preocupado por desentrañar los mecanismos de consenso de la dominación bur guesa. El repunte de los movimientos sociales y de gobiernos de izquierda en los últimos años ha resaltado la significación de su teoría sobre la hegemonía y sobre la construcción de prácticas y espacios contrahegemónicos como cardinal estrategia de la lucha revolucionaria.

¿Quién es este hombre que siempre, en todos los grandes virajes de la historia, ha tenido algo que decirnos? ¿En qué reside el valor de su obra, que resiste el paso del tiempo? Antonio Gramsci nació el 22 de enero de 1891, en Cerdeña, Italia, en el seno de una familia de clase media, el cuarto de siete hijos del matrimonio de Francesco Gramsci y Giuseppina (Peppina) Marcias. Tres circunstancias situadas en el arranque de su vida lo marcarán para siempre. La primera, su pertenencia étnica: con respecto al norte del país, industrial y desarrollado, el sur (al que per te necía Cerdeña) era agrario, feudal y atrasado. Los sardos (los nativos de  Cerdeña) son vistos con desprecio y superioridad por los italianos del norte, y, por lo tanto, son objeto de discri mi nación. La segunda, su salud: a los cuatro años de edad Antonio, presu mi blemente, al caer de los brazos de su niñera, sufre una lesión de la columna vertebral, que impedirá su normal crecimiento. Su estatura pequeña y su espalda gibosa, su frágil salud, lo convierten en un niño no triste, pero sí pensativo y ensimismado.

La tercera, la pobreza: cuando contaba siete años de edad, las rencillas políticas hacen que su padre, funcionario estatal de baja categoría, sea encarcelado y condenado a cinco años de prisión. De golpe, la situación económica del hogar se vuelve desesperada, y Antonio tiene que empezar a trabajar a los once años, y a los doce, al terminar la escuela primaria, se ve forzado a interrumpir sus estudios y dedicarse solo a trabajar. Dos años después puede reanudar sus estudios, pero las carencias materiales lo acompañarán para siempre.

Pobre, discriminado, reflexivo, Antonio Gramsci desarrolló desde temprano una especial sensibilidad contra la injusticia y la opresión, y una decisión ética de luchar por los pobres y los excluidos. Su inteligencia y laboriosidad le permitieron obtener una beca para estudiar en la Universidad de Turín. El monto de la beca era exiguo, pero le permitió marchar a una ciudad caracterizada por su desarrollo económico, cultural y político. Turín era en aquellos años un emporio industrial importante, en el que vi vían y trabajaban decenas de miles de  obreros, y donde —por consiguiente— el movimiento sindical y de lucha anticapitalista tenía una presencia considerable. También era un centro prominente de la vida artística. El joven Antonio matriculó Literatura y Lingüística. Pasó hambre y frío, ahorrando de su escaso peculio para comprar libros, pagar matrículas, etcétera. En ese período comenzó a frecuentar los círculos juveniles ligados al Partido Socialista Italiano (PSI), representante entonces de la vanguardia política del país. Allí conoció a otros jóvenes que devendrían posteriormente, igual que él, figuras significativas del movimiento revolucionario italiano: Palmiro  Togliatti, Angelo Tasca, Umberto Terracini. Gramsci se in corporó con total entusiasmo a las luchas políticas; publica su primer artículo periodístico, y en 1913 se hace miembro del Partido Socialista.

En agosto de 1914 estalla la Primera Guerra Mundial, y el movimiento obrero italiano se ve sacudido por las discusiones sobre la posición que ha de tomar el país con respecto al conflicto bélico. En 1915 Gramsci abandona la Universidad para dedicarse por completo a la lucha política. Se gana magra­mente la vida con su labor periodística. El año 1917 fue decisivo en su vida.

El  gobierno italiano había decidido entrar en la  guerra del lado de  Francia e  Inglaterra, pero el desempeño del ejército italiano fue pésimo. La gran cantidad de bajas, la terrible situación económica en que se había sumido el país, el aumento de la explotación en las fábricas y talleres, condujeron a una sublevación obrera en varias ciudades del norte italiano, entre ellas Turín. Debido a la subsiguiente represión por parte del gobierno, la di rec ción del PSI fue encarcelada. Ello provoca que jóvenes figuras tengan que ser promovidas a cargos de dirección del partido. Gramsci fue designado secretario del comité ejecutivo provisional del PSI en la sec ción de Turín.

La experiencia de las huelgas, de las barricadas, de la lucha contra los aparatos represivos, dejó marcas indelebles en el pensamiento político de Gramsci. No se habían acallado aún los ruidos de la rebelión obrera, cuando de la lejana  Rusia llegan noticias extraordinarias: los sóviets de  obreros y soldados de Petrogrado, bajo la dirección de los bolcheviques y de su líder V.I. Lenin, habían derrocado al Gobierno Provisional burgués y habían tomado el poder. Por primera vez en la historia de la humanidad los proletarios lograban sacudirse el dominio de los explotadores y comenzaban un proceso social inédito: la construcción de una sociedad radicalmente nueva.

Los ideales comunistas eran lleva dos a la práctica Gramsci comprendió la significación histórica de la Revolución de Octubre, que proporcionaba un gran impulso a la historia y sacaba al movimiento obrero de la crisis en la cual lo habían sumido las posiciones chovinistas y reformistas de la II  Internacional.  Lenin presentaba una nueva lectura de la herencia teórica de Marx, que colocaba en primer plano la importancia de la praxis revolucionaria de las masas. De esa época datan dos artículos de Gramsci («La revolución contra El capital» y «Utopía»),1 en los cuales el joven revolucionario italiano resaltó las enseñanzas que para el movimiento revolucionario europeo se desprendían de la experiencia bolchevique. En ellos se desacraliza el rígido marxismo de fórmulas, erigido en justificación de la pasividad y el inmovilismo políticos, y se contrapone la revolución al dogmatismo, este último había momificado tanto el pensamiento como la acción, y había impedido comprender las causas de la gran derrota sufrida por el movimiento obrero y socialista en 1914.

Gramsci se colocó en el ala izquierda del Partido Socialista Italiano (PSI), y junto con Tasca, Terracini y  Togliatti fundan en 1919 la revista  L’Ordine Nuovo, en la cual difunden la idea de la necesidad de preparar la revolución en Italia. Ese año 1919 es memorable en la historia italiana. Tras el final de la Guerra Mundial, debido a la terrible situación de crisis material y espiritual que vive Europa, y la fuerza del ejemplo de la Revolución Soviética, emerge una oleada revolucionaria en el continente. En toda Europa central los obreros y campesinos se rebelan contra el viejo régimen. En Italia la revolución adquirió una fuerza extraordinaria. Las huelgas y las ocupaciones de fábricas sacudieron el norte del país. Germinaron los consejos  obreros, formas de organización revolucionaria y de autogobierno de base, en los que los trabajadores ejercían formas de democracia directa en la conducción de las fábricas y las comunas. La fuerza que al canzó el ala izquierda del PSI hizo que este se adhiriera a la III Internacional  de Lenin, pero la dirección del partido estaba en manos de elementos vacilantes y reformistas, que no supieron estar a la altura de las circunstancias.

También en ese año se organiza el Movimiento Fascista, diri gido por Benito  Mussolini. El  fascismo era la respuesta que acometió la  burguesía para frenar la revolución. Demagogia y represión brutal fueron los instrumentos utilizados por los fascistas, generosamente financiados por los grandes industriales y banqueros. Las divisiones internas del PSI y la propia inexperiencia de su ala izquierda constituyeron otros factores que conllevaron a que el movimiento revolucionario italiano fuera perdiendo poco a poco su fuerza inicial. El primero de enero de 1921 L’Ordine Nuovo se convierte en diario, bajo el lema «decir la verdad es revolucionario». Ese mismo mes el ala izquierda del PSI decide separarse y convertirse en una organización política independiente. Se funda el Partido Comunista de Italia (PCd‘I); Antonio Gramsci fue elegido como miembro de su Comité Central.

En el año 1922 tuvo lugar el naufragio del movimiento  revolucionario italiano. Benito  Mussolini, bajo la mirada complaciente de la monarquía y el ejército, emprende lo que se llamó «la marcha hacia Roma», y es designado al frente del  gobierno. Comienza la larga noche de la  dictadura fascista. Poco después, el PSI firmó un «pacto de pacificación» con los fascistas, con el propósito de aislar a los comunistas. Todavía el régimen fascista tardará unos cuatro años en fortalecerse, pero desde sus inicios se hizo evidente tanto su esencia anticomunista como sus propósitos de realizar un programa que eliminaba todas las libertades políticas y las conquistas obtenidas por el movimiento obrero tras largos años de luchas. El PCd‘I tomó la decisión de enviar a Antonio Gramsci a Moscú, como su representante en la Internacional Comunista. Su estancia en la capital soviética representó una estación importante en su vida.

En Moscú, en tanto  funcionario de la  Internacional Comunista y representante de su partido, Gramsci tuvo una posición de privilegio para poder obtener información de primera mano sobre los problemas que enfrentaba el movimiento  revolucionario mundial, y sobre las importantes discusiones teóricas dentro del partido bolchevique soviético. Su experiencia como revolucionario profesional se acrecentó. Asimismo, en el plano personal la estancia moscovita será significativa. La salud de Gramsci estaba quebrantada. Sus años estudiantiles de privación e incluso hambre, y sus años de infatigable lucha como dirigente revolucionario, en los que apenas se daba a sí mismo descanso, minaron su salud. El frío moscovita obligó a su internamiento en un sanatorio en el sur de la URSS, donde el clima era algo más benigno, para someterse a una cura esencialmente de reposo. Allí conoció a una joven revolucionaria rusa de origen judío, de nombre Julia Schucht, y pronto surgió una profunda relación de amor entre ambos. En Julia depositó un amor que mantuvo a lo largo de toda su vida.

En diciembre de 1923, ya parcialmente restablecido, viajó a Viena, a ocupar responsabilidades en el  trabajo de la  Internacional Comunista. En esa etapa, el PCd‘I estaba bajo la dirección de Amadeo Bordiga, quien mantenía una tendencia sectaria, renuente a buscar alianzas con otras fuerzas políticas progresistas para luchar contra el régimen fascista, a pesar de que la Internacional Comunista preconizaba la política de «frente único», dirigida precisamente en esa dirección. Aunque el PCd‘I todavía era legal en Italia, sufría una feroz represión por parte del  fascismo, en tanto, se perseguía y encarcelaba a una gran cantidad de sus cuadros de dirección. Puesto que la estrategia sectaria de Bordiga y la represión fascista habían debilitado seriamente al partido, Gramsci tuvo que empeñarse en una fuerte lucha dentro de la organización para cambiar sus lineamientos políticos y poder estable­ cer una línea de acción que permitiera enfrentar al fascismo. Como parte de esa lucha, en febrero de 1924 comenzó a editarse en Milán el diario L’Unità, cuyo lema era toda una declaración de principios: «diario de los obreros y los campesinos». De hecho, el nombre del periódico declaraba el objetivo fundamental de Gramsci en aquella etapa de lucha: lograr la unidad de los obreros y los campesinos, del norte industrial y el sur agrario, de los comunistas con los socialistas y otras fuerzas democráticas, para poder vencer la aberración fascista. Su enfrentamiento a la política sec taria de  Bordiga logró su objetivo: en mayo Gramsci fue electo Secre tario General del partido.

Poco antes, su candidatura a un asiento en el parlamento obtuvo el triunfo, y Gramsci fue electo diputado. Amparado en su inmunidad diplomática, pudo regresar a Italia.

El 10 de junio de 1924 una noticia conmocionó a Italia: el diputado socialista Giacomo Matteoti, activo luchador antifascista y partidario de la alianza con los comunistas para enfrentar la  dictadura fascista, caía asesinado. Este crimen, con la clara rúbrica de Mussolini, significaba, para las fuerzas políticas y la opinión pública, el inicio del paroxismo de la represión fascista. Gramsci propuso la convocatoria de una huelga general, y que los diputados no fascistas se separaran y constituyeran un  parlamento alternativo, para con todo ello precipitar el derrocamiento del gobierno. Pero el PSI, una vez más, adoptó una postura tímida y de entendimiento con Mussolini, rechazando toda acción conjunta con los comunistas, y se negó a conducir de una manera radical el enfrentamiento contra el gobierno fascista. El PCd‘I tuvo que desarrollar su lucha en medio de grandes dificultades por las persecuciones policíacas y por las luchas internas entre el ala sectaria y el grupo dirigido por Gramsci que buscaba la formación de una amplia alianza con otras fuerzas decididas a luchar contra la dictadura. En 1926 el partido, que vivía en condiciones de semilegalidad, se vio obligado a reali­zar su III Congreso en Francia, en la ciudad de Lyon. Allí Gramsci presentó el documento titulado  La situación italiana y las tareas del PCd‘I, redactado con la colaboración de P. Togliatti, y conocido también como Tesis de Lyon.

Las tesis, que han sido consideradas como el análisis más orgánico de la situación del país, y la propuesta política más perfecta elaborada antes de la caída del fascismo, fueron aprobadas por el Congreso como documento programático del partido. Poco después, Gramsci comenzó la redacción de su ensayo  Algunos temas de la  cuestión meridional, que quedaría inconcluso, pero que, de todas formas, será un documento esencial para comprender la imbricación del problema social y nacional en Italia. También por esos días redactó, en su condición de máximo dirigente del PCd‘I, una carta enviada a la cúpula del Partido Comunista de la Unión Soviética, en la que, con respecto a la campaña dirigida por  Stalin y  Zinóviev para lograr la marginación de Trotski, expresa sus reservas y preocupaciones con respecto a la política de exclusión y anulación de todo tipo de oposición dentro del partido.

Para los primeros días de noviembre de ese año 1926 se había previsto una reunión secreta del Comité Central del PCd‘I en los alrededores de Génova. Gramsci, que se encontraba en Roma, debía ir a esta reunión y después atravesar la frontera con rumbo a Moscú para asistir a otra del Comité Ejecutivo ampliado de la  Internacional Comunista. Pero el 31 de octubre un suceso transformó todos los planes: en Bolonia se produjo un intento de atentado contra  Mussolini, atribuido a un muchacho de quince años. Esto constituyó el pretexto para que el  gobierno fas cista eliminara los últimos vestigios de libertades políticas, y se desatara una violenta represión contra los partidos opositores, sobre todo contra el comunista. El 5 de noviembre se dio el último golpe contra la escasa democracia que aún quedaba en Italia: se acordó la anulación de todos los pasaportes, la utilización de las armas contra los que clandestinamente intentasen expatriarse, la supresión de los periódicos antifascistas, la disolución de los par tidos y de las asociaciones contrarias al régimen. Se dictaron órde nes de arresto contra las principales figuras de la oposición, y entre ellos, por supuesto, Gramsci, quien no había podido asistir, debido a la situación existente, a la reunión de Génova. Pese a la inmunidad que le otorgaba su cargo de diputado, fue detenido en la noche del 8 de noviembre.

Gramsci, contra quien no existía ninguna acusación específica, fue sometido a una primera disposición restrictiva que lo condenó a cinco años de prisión. Sin embargo, esto no fue suficiente ante el temor que la figura, el prestigio y el pensamiento del dirigente italiano inspiraba a la dictadura fascista. Se le sometió a una nueva acusación, más manufacturada, junto con otros dirigentes comunistas. Se ordenó su traslado a la cárcel de Milán «por transportación ordinaria». Comenzó así un cruento viaje que pos traría la ya de por sí débil salud de Gramsci. El viaje duró diecinueve días, durante los cuales fue conducido en estado febril, sin atención médica y en pésimas condiciones higiénicas, de una cárcel a otra. No se trató solo de un acto de ultraje a un parlamentario, sino la consumación del deseo de quebrantar moralmente al prisionero comunista y de acortar su vida. El 4 de abril de 1928 fue condenado a veinte años, cuatro meses y cinco días de encarcelamiento. En el juicio el fiscal, con la brutal desfachatez que tipificó al fascismo, revelaba el objetivo de aquella farsa judicial: «hay que impedir que este cerebro continúe funcionando durante los próximos veinte años».

No obstante, este vil propósito no se cumplió. Aun en las pre ca rias condiciones de la prisión y aquejado de innumerables dolen  cias, las que finalmente le causaron la muerte, Gramsci comenzó a redactar la que sería su obra principal: los Cuadernos de la cárcel. En treinta y dos cuadernos de escolar, con una letra pequeña y apretada, fue plasmando sus reflexiones críticas sobre trascendentales temas de la teoría política, del movimiento revolucionario, del enfren ta miento contra el dominio de la burguesía y sobre la estructuración y sentido de las luchas de las clases trabajadoras por su liberación.2

Las duras condiciones de la prisión, acortaron la vida de Gramsci, quien falleció por hemorragia cerebral el 27 de abril de 1937. Los  Cuadernos… fueron entregados por los carceleros a Tatiana  Schucht, la cuñada de Gramsci, quien logró enviarlos a la URSS y ponerlos bajo el resguardo del PCd‘I. Estos fueron publicados por primera vez entre 1948 y 1952. Los Cuadernos de la cárcel constituyen un documento capital no solo del pensamiento marxista del siglo xx, sino también del pensamiento social de esa centuria. El aporte de Gramsci a la historia del pensamiento revolucionario radica en que fue uno de los inte  lec tuales que con mayor ímpetu y solidez intentó elaborar la fundamentación teórica de la primacía de la política en la estruc turación y desestructuración de las sociedades, para lo cual se empleó en romper con los restos de teoría liberal clásica que sobrevivían en el marxismo vulgar. Esos remanentes —contra los que Gramsci desplegó su aguda crítica— se caracterizaban por una visión instrumental y reduccionista de la política, y por una inter pretación determinista y mecanicista de las relaciones economíapolítica y sociedad Estado.

Por supuesto, lo más valioso del legado cultural de la obra gramsciana no está en la letra inanimada de sus textos, sino en la intención y el método que la animan. En su potencia subversiva, en su lucha contra el escaparate de dogmas y despropósitos y, sobre todo, en la activación de una conciencia crítica y liberadora, la praxis de los movimientos revolucionarios accede a una experiencia política extraordinaria.